23 de abril de 2012

Casa Mingo
















Uno de los locales más castizos de Madrid es una sidrería asturiana: Casa Mingo. Desde 1888 lleva, en el Paseo de la Florida, sirviendo sidra, pollo asado, empanadas y chorizo a la sidra a madrileños y forasteros, que nunca han dejado de acudir masivamente.
Instalada en un viejo almacén de material ferroviario, en los aledaños de la Estación del Norte (Príncipe Pío, para los más jóvenes) Casa Mingo estaba allí antes que el barrio. Supongo que fue uno de esos merenderos que abrieron en la zona, tratando de hacer negocio en torno a los populares bailes de la Bombilla, frecuentados masivamente, por modistillas, criadas, militares sin graduación, chulitos y toda esa fauna juvenil que parecía salida del elenco de extras de una zarzuela.
O sea, que es un local con historia. Y siempre ha sido muy querido por los madrileños.
Este fin de semana, he estado allí y, efectivamente, estaba lleno hasta los topes y tenía cola, tanto para conseguir una mesa en su interior, como en la hermosa terraza instalada a la sombra de los grandes toldos que se despliegan cuando pica el sol. El público era mayoritariamente joven, pero también había gente más entrada en años, familias enteras y turistas, muchos turistas, sin duda avisados por las guías que lo señalan como uno de los sitios a visitar, al ir o volver de San Antonio de la Florida para ver los frescos de Goya o pedir novio al santo portugués. La mayoría parecían muy satisfechos. Yo debí ser la excepción.

Debo decir que Casa Mingo me parece un sitio agradable. Me gusta su soleada terraza, bajo los plátanos del Paseo de la Florida. También su ruidoso y umbrío salón, decorado con toneles y botellas de sidra. Casi me parece un regreso al pasado, que me atiendan camareros maduros, de acento castizo, que parecen llevar allí toda la vida. Está muy bien que la cuenta no se dispare, como en otros locales “históricos”. En resumen, me parece uno de esos sitios que nunca debería cambiar. Por eso me da tanta pena un detalle que, en mi opinión, lo echa a perder todo: te dan comida industrial. Si pides una ensalada te la dan en un recipiente de aluminio de esos de usar y tirar, envuelto en papel film, con un sobrecito de aceite y otro de vinagre para que la aliñes tú misma. La empanada es una masa intragable de origen industrial que ni se molestan en disimular: a la vista de todos están las cajas en las que se las traen sus proveedores. La tortilla debe ser de esa congelada que venden en Makro. El chorizo a la sidra, que no es lo peor, llega a la mesa recién salido del microondas. La sidra parece natural, pero no es gran cosa. El pollo, que sí se hace allí, se asa como en las ferias.
Cuando una va a un sitio como este, no espera que le den cocina fusión ni elaboraciones sofisticadas. No tendría sentido. Pero sí se quiere una comida tradicional, elaborada con productos de calidad y sobre todo realizada en el momento. Puede que sea así en otros platos de la carta, pero lo dudo, si tenemos en cuenta la calidad de todo lo que llegó a nuestra mesa.
A mi me parece que estos sitios tradicionales deberían tener más respeto por su historia. De acuerdo que el objetivo es ganar dinero, pero creo que dar al cliente productos baratos y de dudosa calidad para exprimir el beneficio hasta el último céntimo, a la larga no es la mejor política.
Hace poco estuve en otro de estos locales con historia de Madrid: Bodegas Rosell. Está también junto a una estación ferroviaria: la de Atocha. Allí, en las bodegas, no en la estación, siguen dando unas croquetas extraordinarias, que una cocinera elabora a diario por centenares: de jamón, de queso, de gallina. Lo mismo ocurre con el bacalao, con los callos y con otras muchas cosas. Todo está riquísimo. Parece que lo hacen con el mismo cariño con que se elaboraban cuando, en 1920, los antepasados de sus dueños abrieron el local con su fachada de azulejos de Talavera. Entonces servían sobre todo vino de Valdepeñas. Hoy, además de una de las cervezas mejor tiradas de Madrid, ofrecen una estupenda carta de vinos, que uno de los dueños, finalista del concurso Nariz de Oro, puede ampliar sobre la marcha con sugerencias extraordinarias. Y tienen muchos clientes
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parecen dos ejemplos perfectos de la buena y no tan buena evolución. La taberna Rosell mantiene lo bueno y ha mejorado, como todo el país, en los vinos. Casa Mingo mantiene muchas cosas extraordinarias, pero esa deriva hacia productos "industriales" va en la mala dirección. Sin ello, para mi, Casa Mingo sería lugar de obligada visita para los foráneos y para los madrileños cuando disfrutamos de otros encantos de la zona.
Jorge.

elena dijo...

Hola Jorge, me alegra que estés de acuerdo. Se te ve de buen comer.