22 de octubre de 2012

Gordo & Flaco

















Este sábado salí a cenar. Así, como suena: a pesar de la crisis y de la silla de ruedas. El restaurante elegido se llama Gordo & Flaco, nombre que no tiene nada que ver con los míticos Oliver y Hardy. Posiblemente, sus jóvenes y simpáticos dueños no sepan quienes eran “el gordo y el flaco” de aquella televisión en blanco y negro. Estos debieron ver Barrio Sésamo.
Lo de Gordo & Flaco tiene que ver con el perímetro abdominal de sus cocineros-propietarios, dos treintañeros que se bregaron en cocinas ilustres y llevan dos años luchando para sacar adelante el local. Marco, no hay más que verle, es el flaco e Ignacio es, o mejor dicho era, el gordo. Al parecer, parte de la cintura se le ha ido en la brega diaria por sacar adelante su local en tiempos de crisis.
Pero vamos a lo que importa: el restaurante. Gordo & Flaco está en ese núcleo gastronómico del entorno de las calles Ponzano y Espronceda, una zona donde siguen naciendo casas de comidas y bares de tapas, casi siempre de tipo informal y orientados a la gente joven. Se trata de un local sencillo y moderno: con poco dinero han hecho una sala agradable, lejos de los excesos de esos restaurantes que piensan antes en la decoración que en la comida.
Allí lo importante es lo que sale en los platos, que Ignacio y Marco cuidan con esmero. Para empezar tomamos unas deliciosas croquetas, -perlas las llaman ellos- de jamón, setas y cocido, realmente estupendas. Siguieron unos bastones de berenjena fritos (en la foto) acompañados de un “kepchup campero”, excelentes. Crujientes, ligeros y esponjosos, con un rebozado sutil, al que la salsa de tomate, matizada con hierbas aromáticas, acompañaba a las mil maravillas. Bueno también el falso ceviche de pulpo (cuecen el pulpo ligeramente) los chipirones encebollados y el taco de bacalao, aunque las setas de la guarnición no acompañaban el punto perfecto del confitado.
A los postres, una tarta de manzana y, sobre todo, una panacotta aromatizada a la hierbaluisa, fueron un digno colofón a al cena.
Pero lo mejor estaba por llegar, aunque éramos seis y habíamos tomado dos botellas de vino (un Tilenus berciano, al que mis amigos todavía están alabando, y un Munía de la Ribera de Duero) y cafés (por cierto, excelente el café) nos llegó una cuenta a prueba de crisis: menos de 50 euros por pareja, incluida propina. Si le añades la simpatía de los cocineros propietarios, parece que cenaste en casa.
En definitiva, un sitio a recomendar. Yo seguramente volveré, para probar la parte italiana de la carta (Lasaña, linguini, noqui tortellini…) y los risottos, de los que me han hablado muy bien. Al parecer Marco -ya el nombre es una pista- se maneja muy bien con la cocina trasalpina. Parecen también interesantes algunos platos de carne, que si están tan bien resueltos como los que tomamos, sin duda merecerán la pena.
Porque lo bueno de Gordo & Flaco es que las raciones son pequeñas (y baratas) y tú mismo te puedes confeccionar tu propio menú degustación. Y además son tres locales en uno. Antes de pasar al restaurante se puede tomar unas cervezas en la barra que precede al comedor. Y después, tras el café, por qué no acabar con otra de las especialidades de la casa: el gin-tonic.
Lo dicho, una dirección a incluir en la carpeta de restaurantes que reunen las tres B.
Gordo y Flaco está en Bretón de los Herreros 13, muy cerca de la Calle de Santa Engracia. Los metros de Ríos Rosas y Alonso Cano están muy cerca.
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4 comentarios:

Andres dijo...

Me gusta, seguro que iré

elena dijo...

Espero que pases un buen rato.

Anónimo dijo...

Discrepo de tu experiencia. Hace tiempo que no tenía una experiencia tan mala en un restaurante. Si el Gordo y Flaco mantiene a su pésimo jefe de sala (lo que será probable porque es uno de los socios), le auguro muy mal futuro.

La "fama" del restaurante viene de sus precios algo más económicos de lo normal en Madrid, en teoría con una buena relación calidad-precio. La realidad es que la calidad es correcta sin más y las cantidades escasas. Se echa de menos algo de sabor en los platos. Y, por lo menos yo, estoy acostumbrado a que se cambien todos los cubiertos entre servicio y servicio si no estoy tomando el menú del día.

Los problemas empezaron al llegar los segundos. Dos de los comensales pidieron el plato más caro de la carta: un solomillo al no barato precio de 18 euros. Uno de los platos tenía un tamaño correcto (tampoco enorme), y el otro era una punta ridícula. Si hubiéramos sabido como iban a derivar los acontecimientos le hubiéramos hecho una foto. Comentamos a la camarera , en tono simpático, lo injusto de las cantidades y lo pequeño de una de las raciones. Ella debió comentarlo al jefe de sala que vino y nos dijo (él nada simpático) que era el final del solomillo y que por eso era así... (¡Gracias! ¡Qué conocimientos culinarios!)

Nuestro amigo decidió comer el solomillo (la punta), sólo para encontrarse un nervio que atravesaba media mini ración. Aquello era incomestible y decidió devolverlo. La camarera preguntó si quería otra cosa (nunca otro solomillo) pero él decidió no tomar nada. La cena continuó, llegaron los postre, los cafés... Cuando vino la cuenta esperábamos alguna atención (es lo normal en un restaurante serio), invitación a los postres, cafés o, lo más habitual, no cobrar el plato que se devuelve entero. Pero allí estaban todas y cada una de las cosas que habíamos tomado. Ilusos, le comentamos al jefe de sala "habéis cobrado el solomillo". Y el contestó, soberbio, "por supuesto". A partir de ahí todo fue de mal en peor, negándose a llamar a su socio el chef, intentando rellenar incompleta la hoja de reclamaciones y quedarse con dos de las tres copias para que no pudiéramos presentarla en consumo (¿o es que el Sr. Nacho Gil, de tan larga trayectoria profesional, no sabe como se rellena una hoja de reclamaciones). Fue borde y soberbio. Su socio el chef, al que conseguimos que trajera finalmente, al menos permaneció callado.

En definitiva. Cocina más o menos correcta pero algo blanda en sabores, aunque discrepo en la relación calidad-cantidad-precio, unas camareras profesionales y amables (y yo creo que algo avergonzadas de la actitud de su jefe) y un jefe de sala que no tiene ni la menor idea de como tratar a los clientes. Yo no volveré y no lo recomiendo en absoluto a nadie.

elena dijo...

Si que la experiencia fué diferente. Yo te aseguro que pasé un buen rato. Pero desde aquí les digo, que con comportamientos como el que cuentas no se ganan clientes .. y con los tiempos que corren los negocios hay que mimarlos.