3 de marzo de 2015

Comer con la cámara

















Me he sentido aludida en un artículo que publicaba El País hace unos días bajo este título: “Por favor, no fotografíen mis platos”. Se refería al ruego que ha hecho el chef Heston Blumenthal a los clientes que acuden a su mítico restaurante, The Fat Duck, para que no hagan fotos de cada plato que les sirven. El cocinero cree que una experiencia extraordinaria, como la que quiere proporcionar a sus clientes, no debe verse perturbada por los flashes que usan algunos desaprensivos, por comensales que se levantan para buscar un mejor ángulo a sus platos, o por cualquier otra cosa que distraiga la atención de los clientes de su selecto local de lo que verdaderamente importa: “si vamos a setas: a setas”. Cada vez son más (somos más) los aficionados que comentamos en internet nuestras experiencias en los restaurantes. Muchas veces son simples fotos que subimos a Facebook o “whatsappeamos” para dar envidia a nuestros amigos. Otras se trata de ilustrar las críticas que se publican en páginas como 11870.com o en blogs más o menos profesionales. El caso es que algunos restaurantes se están convirtiendo en un guirigay fotográfico algo molesto, que por lo demás no es muy diferente del que se produce en los museos con los selfies frente a las obras maestras o al paso de cualquier famoso o famosillo, al que se acosa para conseguir una foto juntos y enviarla instantáneamente a los amigos. Los móviles con cámara y las facilidades que da internet de poder publicar las imágenes de inmediato no hacen más que echar leña a un fenómeno que algunos restaurantes no acaban de ver con buenos ojos. Hay quienes reaccionan en positivoel desaparecido restaurante Eva de Los Ángeles ofrecía un descuento del 5% a quienes no utilizasen el móvil ni para fotos ni para hablar mientras estuvieran en el local, y en el Bouley de Nueva York se ha montado un pequeño estudio en la cocina para que los aficionados puedan fotografiar los platos en las mejores condiciones. David Bouley su propietario cuenta que tomó esta decisión después de haber visto a clientes que sacaban hasta trípode para sus fotos o se subían a la silla para tomar planos cenitales de los platos.
El propio Blumenthal ha abierto una cuenta en Instagran donde publica las fotos seleccionadas de sus preparaciones para que las tomen de allí quienes quieran luego utilizarlas en la red. Se asegura de que al menos sean de calidad y que sus platos salgan apetitosos. Porque una de las cosas que cualquier restaurante de cierto nivel debe tener en cuenta es su imagen en internet. Hace un año, el maitre de un restaurante que acababa de ser distinguido con una estrella Michelín, me comentaba cómo estaba temiendo a los “blogueros” que iban a llegar en el fin de semana con unas exigencias críticas radicales a veces: no es que vayan a hundir un negocio bien llevado, pero pueden crear un run run negativo que daña la imagen. Contaba Xavier Domingo, uno de los renovadores de la crítica gastronómica desde sus columnas de Cambio 16, que dejó de hacer crítica de restaurantes cuando se enteró de que dos de los que no había hablado muy favorablemente habían tenido que cerrar. Yo no creo que mis críticas tengan esa repercusión, pero, por si acaso, me limito a comentar sólo los restaurantes que me han gustado. A los otros, me limito a no volver. Y, eso sí, procuro no molestar lo más mínimo y no me subo a la lámpara para hacer fotos.Imprimir

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