28 de marzo de 2017

¿Qué no cura un ajo?

En cada entrevista, antes de su marcha a Estados Unidos, Victoria Beckham se pasaba el tiempo desmintiendo que hubiera dicho que España huele a ajo. Es verdad que esta gente se pasa horas aclarando que sus meteduras de pata no son más que malas interpretaciones de los periodistas, pero, en este caso, por mucho que he buscado en internet, no he encontrado la frase de marras en ninguna de sus declaraciones o entrevistas concedidas. Se trataría por tanto de una de esas “leyendas urbanas” que corren por ahí, pero que, como todas las leyendas urbanas que tienen éxito, cumple una premisa básica: es verosímil. A la pija de las Spice Girls le pega la aversión al ajo y su aroma digamos “peculiar”. En cierta forma, la señora Beckham no habría hecho más que seguir la aversión inglesa a todo lo que llegue del continente europeo, quen al final ha terminado en el "brexit". Cuando se estaba construyendo el túnel bajo el Canal de la Mancha, en las islas se decía que cuando se culminase el taladro, de Francia llegaría un desagradable olor a ajo.
Ellos se lo pierden. Y no es que a mí me guste el olor del ajo crudo. Como a la mayoría me resulta un poco desagradable, pero resulta que sin ese olor (¿o hedor?) característico, esta liliácea, que los científicos conocen con el nombre latino de Allium sativum, pierde la casi totalidad de sus virtudes saludables y se limita, simplemente, a dar un toque especial a tantos y tantos platos de la cocina española, que, según Julio Camba, “está llena de ajo y de preocupaciones religiosas”.
Se ha hablado mucho de las propiedades curativas del ajo al que casi se presenta como el “Bálsamo de Fierabrás”. Sin embargo, esas virtudes terapéuticas se refieren casi en exclusiva al ajo crudo y entero. Una vez frito o cocido, pierde su carácter cuasi medicinal para quedarse, como digo, en sabroso aliño de tantos platos.

Ajo cocido, ajo perdido
El ajo contiene una sustancia denominada aliina, que es volátil. Cuando se pica, trocea o machaca un ajo la aliina se convierte en alicina y se libera, provocando el característico olor a ajo. Eso ya no ocurre en la misma medida con el ajo frito o cocido y en consecuencia ha perdido los efectos beneficiosos para la salud que pudiera tener. Porque el ajo es bueno para las enfermedades cardiovasculares, ayuda a reducir el colesterol malo, facilita la expectoración, tiene poder desinfectante, es un eficaz diurético y reduce la coagulación de la sangre, lo que dificulta la aparición de trombos, aunque podría no ser tan bueno en caso de hemorragia. Hay muchas más, si hacemos caso a la página “ajosalud”, a la que, en su apasionamiento, sólo le falta decir que cura también el mal de amores.
Esta sería la buena noticia. La mala es que, para que de verdad tenga efecto terapéutico, habría que ingerir enormes cantidades de ajos y nunca tomamos más de quince o veinte gramos. Así que lo más exacto sería decir que el ajo es una ayuda positiva para la buena salud y que, quien no tenga reparos en que la boca le huela a allium sativum, puede hacer caso a ese consejo de la sabiduría popular: un diente de ajo al día, mantiene al médico alejado.

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