23 de mayo de 2017

Antes lo llamábamos banquete



Banquete: Comida espléndida.
Hace tiempo que no se escucha esta palabra. Preferimos hablar de un almuerzo, una cena, como si el sonoro vocablo hubiera quedado proscrito por culpa de la ostentación que, en cierta forma, supone y que entre nosotros no está muy bien vista.
Ahora somos menos solemnes y preferimos lo informal. O mejor dicho, hemos dado un bandazo hacia lo desregulado, como si seguir un protocolo, elaborado con las normas de la etiqueta, nos fuese a marcar como gente estirada y distante. Cuando invitamos a amigos o conocidos a nuestra casa hablamos de “un picoteo”, una cena informal... Seguramente es más razonable que todos aquellos ringorrangos propios de aristócratas y burgueses, que lo que pretendían no era agasajar a sus invitados, sino exhibir su riqueza.
Pero también hay un término medio: una cena elegante, organizada impecablemente, en la que los invitados, se den cuenta de que todo ha sido perfecto cuando al despedirse agradezcan la velada.

A tener en cuenta
Para una cena (o una comida) así, la primera que debe de estar perfecta es la anfitriona. No vale estrés, prisas de última hora ni desajustes, todo debe estar previsto y calculado para que discurra de la forma más natural y, a ser posible, no parezca planificado. Una comida con amigos es para que ellos disfruten y disfrutar de ellos.
¿Qué cenamos? ¿Cuánto? Se puede optar por varios platos contundentes, pero, en horas nocturnas, posiblemente sea un exceso. Quizás, lo mejor sean platos ligeros (lo que no descarta que puedan ser de elaboración compleja), aunque variados. Una crema, un pescado, una carne y un postre dulce, en cantidades pequeñas, pero en preparaciones con algo de chispa: el filete con patatas está bien, pero no para ocasiones como esta. En todo caso, debe de sobrar algo de comida para que nuestros huéspedes digan eso tan agradable de “¿puedo repetir?”
Bueno sería saber si los invitados tienen alguna alergia o simplemente no soportan determinados ingredientes. En caso de que no se tenga claro, es preferible hacer cosas sencillas.

Planificación
Todo esto debe estar planificado con tiempo, si es necesario desde algún día antes, de manera que, cuando comience la cena, todo esté elaborado y apenas pendiente del último toque en la cocina, que se puede dar mientras los invitados toman un pequeño aperitivo de bienvenida. Pequeño, que si es abundante en exceso puede dejarles sin apetito para los manjares que vendrán a continuación.
¿Y qué tal si nos ponemos elegantes? ¿Por qué no sacar la mejor vajilla, cubertería, cristalería? Y un buen mantel y servilletas de tela. Y algún adorno, alguna flor en la mesa, aunque hay que tener cuidado de no llenarla excesivamente de menaje y avalorios.
Por cierto, conviene calcular bien el número de invitados, para que la cosa no se convierta en una cena a la egipcia, con todos los comensales de perfil. Entre seis y ocho personas parece lo adecuado para disfrutar de una buena conversación, sin alzar excesivamente la voz ni tener que dar turnos de palabra. La anfitriona o el anfitrión deben estar siempre al quite si algún intercambio de pareceres sube de tono. Seguramente terminemos por tomar el vino que han traído pero, en todo caso, hay que vigilar que maride lo mejor posible con los distintos platos, que no falte y a quienes se muestren proclives a disfrutarlo por encima de lo conveniente.
Antes del postre, debemos despejar la mesa de platos, cubiertos y copas que ya no se van a utilizar. Lo mismo, antes del café, que debe dar paso a una tertulia animada en la que ir sacando copas, los bombones que quizá nos han regalado, o el agua de Vichy (si es necesario Alka-selzer es que algo ha fallado) hasta que la conversación comience a languidecer.
Parece muy complicado, pero al final la mayoría de estos detalles son cuestión de sentido común, como casi todas las cosas en esta vida.

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