8 de mayo de 2017

No sabemos vendernos


Siempre me ha sorprendido la capacidad de Italia para vender sus productos por el mundo. Comemos pizzas, ponemos parmiggiano (bueno, lo llaman parmiggiano) a los macarrones, rúcula y mozzarella a nuestras ensaladas, preparamos platos de pasta en el menú de los niños y pedimos tiramisú de postre. Para beber, el humildísimo lambrusco está en todos los supermercados, lo mismo que, desde siempre, hay heladerías italianas en todas las ciudades. Ahora, incluso, no hay restaurante que no ofrezca risottos en su carta, aunque es raro el que sirve paella a no ser que su clientela se componga casi exclusivamente de guiris.
Imaginemos por un momento que, para ver el partido de futbol con los amigos, pidiéramos y nos trajeran una tortilla. Habría discusión sobre si debiera llevar cebolla o no. Si muy o poco cuajada o si se le añade extra de chorizo o jamón. Es lo que hacemos desde hace tiempo con las pizzas. Y quien dice una tortilla, dice la enorme variedad de empanadas, bocadillos, frituras de pescado o churros que sugiere la cocina española. Por no hablar de la lista sin fin de sopas frías: gazpachos, ajoblancos, salmorejos… o de los vinos, en un país con la mejor relación calidad/precio del mundo.
Me pregunto cuál es la razón para que una cocina reconocida mundialmente como la española no tenga, fuera de nuestro país, esa traducción a lo popular que tiene la italiana. Y no sólo la italiana, porque también otras cocinas o, mejor dicho, determinados productos de otras cocinas son fáciles de encontrar aquí: kebab, sushi, rollitos primavera, humus o, todavía más fácil, un perrito caliente. Y como, en cualquier país del mundo, hay restaurantes chinos, japoneses, griegos, mejicanos, peruanos y, por supuesto, italianos. Pero vete a buscar fuera de España un restaurante español. Casi es imposible. fuera de algún que otro bar de tapas.
Sin embargo, no parece descabellado pensar que la gastronomía española pueda tener venta más allá de los Pirineos.
Contamos con casi ochenta millones de personas que visitan nuestro país cada año y a los que ya no hay que convencer de que la nuestra es una gran cocina. En los mercados semanales de los pueblos del sur de Francia no es raro que la gente haga un alto en su jornada de compras, para tomarse un plato de la paella que, quizá unos descendientes de valencianos, están haciendo allí mismo.
Supongo que un día alguien, esos emprendedores de los que tanto se habla, se decidirá a hacerlo. No somos más tontos que los demás.
Y como prueba, lo que ha pasado con el aceite de oliva. En los años 90, Italia copaba casi el 80 por ciento de las exportaciones a Estados Unidos. España, que produce casi tanto como el todo el resto del mundo, no llegaba al 20 por ciento. En la actualidad, más de la mitad de las importaciones de aceite de oliva que hace Estados Unidos proceden de España. Italia ha quedado atrás, y eso que parte del aceite que vende a los americanos se produjo en España aunque se embotelló en Italia.
Pero esa es otra historia.

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