3 de octubre de 2017

Después del verano en que nos creímos el calentamiento global

Tomo prestado el título de un diario digital, que resumía de esta manera la sensación que hemos tenido en los últimos meses, cuando las temperaturas máximas marcaban records día tras día, de que lo del cambio climático no es un pronóstico, sino que está ya aquí y ha venido para quedarse.
El tema se coló con más frecuencia de lo habitual en las conversaciones del verano, casi siempre acompañado de una coletilla que echaba la culpa de todo a Trump y su decisión de sacar a Estados Unidos de los acuerdos para luchar contra el cambio climático.
Casi todo el mundo hemos criticado esa decisión, olvidando que el cambio climático se está produciendo progresivamente como consecuencia de actuaciones contra el medio ambiente que son muy anteriores a la toma de posesión de Trump en el mes de febrero. Y, si no es Trump, ¿quién es el culpable?. Pues, con mayor o menor grado de responsabilidad, lo somos todos.
Me gusta el lema ecologista: “Piensa en general. Actúa en particular” o, lo que es lo mismo: ”exige que se tomen medidas contra la destrucción del medio ambiente, pero tú toma las que están en tu mano, lo que sería la versión verde de “A Dios rogando y con el mazo dando
¿Y qué podemos hacer desde una cocina? También entre pucheros tienen vigencia las tres “R” del credo ecologista: reducir, reutilizar, reciclar.
Manos a la obra
Reducir consumo: una parte nada despreciable de los alimentos que compramos termina en el cubo de la basura. Comprar razonablemente, sin dejarnos llevar por las tentaciones de las grandes tiendas de alimentación. Realizar la compra con frecuencia en comercios de proximidad ayudaría a ajustar mejor a nuestras necesidades lo que compramos.
La compra de proximidad, tiene además la ventaja de que se puede evitar ir en coche con el consiguiente ahorro de carburantes contaminadores. Lo mismo ocurre si preferimos los productos frescos que se crían cerca a los que vienen de otros países, los de temporada a los desestacionalizados, casi siempre de importación. Se evitan muchos humos del transporte.
Ahorrar también agua usando el lavaplatos, siempre bien lleno, que gasta menos que el lavado a mano. Y ahorrar energía eligiendo los electrodomésticos que menos consuman. La nevera, que es el aparato de la cocina que más electricidad gasta puede ahorrar hasta la mitad si elegimos una con la mejor calificación energética.  
Reutilizar: evitar los productos de usar y tirar. No platos de plástico o servilletas de papel. Si sobra comida, guardarla en un tupper. Con un poco de imaginación se pueden hacer estupendos platos para otra ocasión: comer de sobras es comer ecológico. Y las bolsas de plástico siempre tienen un segundo y tercer uso antes de terminar en el contenedor adecuado.  
Y reciclar. Para los ecologistas es la última opción, pero también permite ahorrar mucho dinero y sobre todo energía, que es escasa, cara y, casi siempre, contaminante. Pero no reciclar de cualquier manera: cuesta muy poco seleccionar los residuos y depositarlos en el contenedor adecuado, pero se ahorra mucho trabajo y sobre todo mucho gasto energético a la hora de dar una segunda vida a productos como el plástico, el cristal o el papel.
Son pequeños gestos, que individualmente no van a salvar el planeta , pero que repetidos cada día por millones de personas terminan por ser eficaces.
Decía Julián Marías que los españoles, cuando se enfrentan a situaciones de cambio radical (y el climático lo es), nos preguntamos qué va a pasar en vez de qué vamos a hacer. Quitémosle la razón.  
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