24 de abril de 2018

Tomar algo a la salida del cine


Hace mucho tiempo ya que se ha impuesto el cine de centro comercial, esos multicines con salas en pendiente de cómodas butacas, sonido atronador y locuaces vecinos devoradores de palomitas. Aunque su sonido no hiciese vibrar la sala y el vecino fuese tan silencioso como alérgico a las palomitas, estos cines a los que, todo hay que decirlo, voy con frecuencia no serían perfectos para mi. Todavía tienen una pega: a la salida, cuando quieres tomar algo, sólo puedes hacerlo en bares y restaurantes de franquicias, que repiten las mismas pautas que en otros mil sitios y dan comida de calidad industrialmente estandarizada y acorde con los precios: no muy alta.
Pero hay vida fuera de los centros comerciales y, aunque parezca mentira, todavía hay cines donde lo importante es la película y no el negocio de las palomitas; donde entre los espectadores se hace el silencio cuando se apagan las luces y, en la oscuridad de la sala, comienza la magia del cine.
Y a la salida, todavía con los ojos habituándose a la luz, puedes ir a bares y restaurantes que no se hicieron en serie, sino con la pasión de sus dueños por dar al cliente algo especial o, por lo menos, no cocinado en serie.
En el entorno de la Calle de Ferraz, que, no lo olvidemos, tiene su inicio en las dos estrellas del Club Allard, hay varios de estos restaurantes que digo. Son sitios informales, que tienen barra en la sala, a veces viejas barricas para tomar algo de pie y mesas de madera sin mantel. El servicio, suele ser joven y desenfadado y la comida ligera (no cabe el plato de cuchara y menos a esas horas) con ciertos toques modernos y, sobre todo, cuidada. Son sitios a los que se va a charlar y, ya que estás, comer cosas ricas.
El más veterano es Entrevinos, casi enfrente del mítico Cuenllas. Como su nombre indica, Entrevinos nació para hacer honor al vino, cuya selección se cuida mucho y se suele pedir por copas. La barra es un buen sitio para disfrutarlo. Pero, el vino es mejor beberlo con algo de comer y con ese propósito, en las mesas, se ofrece una carta basada en embutidos, ensaladas apetitosas, algunos carpaccios y cuatro o cinco platos más elaborados. La última vez, fuera de carta, tenían Arroz con faisán y foie y Rebozuelos con callos de bacalao y guisantes frescos.
Junto a Entrevinos está Txirimiri, que tiene ya varios locales en Madrid, y que, en la idea, se parece mucho a su vecino. Sin hacer tanto hincapié en los vinos (la barra tiene menos protagonismo) ofrece una carta apetecible, elaborada con gracia y servida con simpatía. Un buen sitio para comentar la película y compartir con los amigos los cotilleos de la semana.
Y mi favorito: Taberna Úbeda. Es un local más pequeño, pero aún así parece increíble que sea capaz de atenderlo una sola persona. Toni Arias, el dueño, hace la compra, cocina, atiende la barra y sirve las mesas sin aparente esfuerzo: un “self man bar”, como lo ha llamado el crítico Fernando Point. Parece que, a pesar de su calidad de superman, no es capaz de abarcar todo y, los fines de semana, viene su tía desde Úbeda, con toda su simpatía a cuestas para echarle una mano.
Todo lo que anuncia en la gran pizarra que cubre una de las paredes está rico, tiene pocos vinos, pero muy bien pensados, y el ambiente, aunque a veces te toque comer de pie en torno a una barrica, es muy agradable. Pero Taberna Úbeda merece comentario aparte. Lo prometo.

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